UN PUNTO EN EL MAPA: DESAGUADERO



   En 1620 partió de Córdoba Jerónimo Luis de Cabrera, -nieto del fundador de la ciudad- en busca de los Césares. Ese nombre se aplicaba por igual a un ignoto reino indígena rico en oro (cuya primera noticia supo en 1527 el capitán Francisco César), y a una población de españoles perdidos cercana a él. Cabrera partió con 160 expedicionarios –entre los cuales se hallaban algunas mujeres-, decenas de carretas tiradas por bueyes, y un gran arreo de ganado mayor y menor. Puso rumbo al sur y llegó al “valle de Cután” en Neuquén, tras cruzar los ríos Colorado y Negro, que Hernandarias había bautizado como Turbio y Claro en 1604. En un lugar cercano a Rucachoroi (Sánchez Labrador lo transcribe como Rucachoroguen) se libró de una emboscada que le tenían preparada los indios, y regresó a Córdoba tras nueve meses de marcha, sin haber hallado a los anhelados Césares. Durante el tiempo que duró la expedición, debió hacer frente a la hostilidad casi constante de los indígenas, quienes provocaron un vasto incendio en la pampa, el cual costó la vida a dieciséis integrantes de la expedición, y provocó la pérdida de veinticinco carretas.


   El punto de interés para nosotros es saber si pasó por Lihué Calel, y si encontró algún vestigio de la Ciudad de los Árboles. Al primer supuesto cabe dar una respuesta afirmativa: la relación de la expedición hecha por el sargento Pedro Pérez [1]–ratificada por el mismo Cabrera-, ofrece referencias geográficas que permiten determinar el rumbo seguido al sur de Leuvucó, hasta unos “cerrillos” identificables con las sierras de Lihué Calel. La distancia en leguas consignada desde este punto hasta el río Colorado es correcta, y las pocas leguas mediantes entre este río y el Negro revelan que la expedición alcanzó este último entre Chelforó y Chichinales, donde la separación entre ambos ríos es menor.


   Cabrera, por lo tanto, atravesó la región de Lihué Calel;[2] pero la relación del sargento Pérez no menciona ninguna población en ese lugar. Tal omisión me extrañó por algún tiempo, pero la experiencia me ha enseñado que muchas relaciones históricas suelen omitir información que luego se encuentra en otras relaciones procedentes de la misma expedición. Este precisamente parece ser el caso de la relación que nos ocupa.


   En efecto, Ricardo Latcham refiere otra versión del viaje de Cabrera, con detalles que no se encuentran en la relación del sargento Pérez.  El historiador chileno dice haber estudiado en la Biblioteca Nacional de Chile una gran cantidad de documentación inédita referida a las exploraciones españolas de la pampa y la Patagonia durante los siglos XVI y XVII, pero lamentablemente no menciona una relación específica. Leemos en su obra:


  “En esta marcha, Cabrera encontró nuevos elementos que vinieron a aumentar y hacer más fabulosa la leyenda de los Césares. Uno de los indios que apresaron le dijo que al oriente del camino que seguían había una Ciudad de los Árboles, que Cabrera consideró ser la de los Césares, ya que estaba en la región donde esperaba hallarla. Después de mucha persuasión el indio los llevó allá. La tal Ciudad de los Árboles resultó ser una enorme extensión de manzanares y arboledas de otros árboles frutales europeos, que ya silvestres se habían propagado de una manera asombrosa. Creyó Cabrera que se encontraba sobre la pista y algunos fragmentos de ladrillos que encontró le convencieron más de la proximidad de los anhelados Césares.”


   Arboledas con frutas europeas, restos de ladrillos… nada de esto figura en la relación del sargento Pérez suscripta por Cabrera. ¿A quién creer? Latcham es considerado uno de los más escrupulosos historiadores chilenos, no es precisamente el tipo de escritor que inventa. Prosigue Latcham:


   “Cabrera se alentó más con las noticias que le dio un cacique de indios con quien parlamentó. Decía que más al sur, en uno de los ríos había visto españoles que navegaban en barcos pequeños.”


   Una vez más, nada de esto figura en la relación de Pérez, ni tampoco en la muy sucinta de Juan de Puelles y Aguirre. Parece indudable que Latcham dispuso de una fuente diferente, pero no sabemos cuál. Un detalle, no obstante, permite confirmar que esta fuente es verídica, pues en base a ella el historiador chileno escribe:


   “Los indios prendieron fuego al alto pasto con que se cubría la Pampa y quemaron su campamento, incluso las carretas, sus bastimentos y la mayor parte de su ganado”.


    Hemos visto que el incendio causante de la pérdida de carretas y ganado fue referido en la relación suscripta por Pérez y Cabrera, por lo tanto, la fuente consultada por Latcham demuestra un conocimiento directo de lo ocurrido durante la expedición. Pero en ausencia del texto original, no había forma de probar que Cabrera hubiese visto los frutales y vestigios de ladrillo de la región cercana a Lihué Calel. El mismo Latcham situaba el hallazgo en el País de las Manzanas de Neuquén, pues creía erróneamente que Cabrera avanzó pegado a la cordillera al sur del río Diamante. Hacía falta encontrar un documento nuevo, que permitiese dilucidar la cuestión: ¿Cabrera vio o no árboles europeos y vestigios de una población antes de llegar al río Negro? Y si los vio, como refiere Latcham ¿dónde estaban esos vestigios?


   La solución que no me brindaban las relaciones escritas, me las vino a proporcionar –cuándo no- un mapa antiguo, el cual tiene la virtud de señalar la presencia de una población cristiana y al mismo tiempo localizarla geográficamente. La Ciudad de los Árboles siglos antes de lo supuesto, representada en un solo trazo revelador, de una simpleza y parquedad desconcertante.


             

Mapa de Sanson D’Abeville, con el diseño del Desaguadero copiado de Ovalle. 1656.


 
Tabula Geographica Regni Chile



  En 1646, el padre jesuita Alonso de Ovalle publicó su “Relación histórica del Reyno de Chile”, acompañada de un mapa desplegable con la representación geográfica de esas tierras, por entonces poco conocidas. La costa atlántica de la Patagonia está muy mal dibujada, evidenciando el escaso conocimiento del padre acerca de ella. En cambio, llama la atención por lo acertado su diseño de los bañados del río Desaguadero (actualmente se conserva este nombre sólo en su tramo superior, llamándose Salado en el tramo medio, y el inferior, Chadileuvú), su división primero en dos, luego en tres brazos, y las cuatro o cinco lagunas donde se insume, correspondientes a las lagunas La Leona, Dulce, Amarga y Urre Lauquen. Nada parecido puede verse en la cartografía anterior de la zona, donde el Desaguadero se indica errático, o ni siquiera existe.


¿De dónde sacó el padre Ovalle la información para dibujar fielmente la hidrografía de esta región? Algunos piensan que por ser jesuita, debió obtener informes de algún misionero que hubiese recorrido la pampa. El caso es que no sólo no existe evidencia alguna de una misión jesuita en el centro del territorio argentino durante el siglo XVII, sino que incluso en el siglo siguiente los jesuitas exploradores como Falkner, Cardiel, Strobel, Quiroga, y los enciclopédicos Lozano, Charlevoix o Sanchez Labrador, evidencian un desconocimiento completo de la zona, que señalan como inexplorada, en algunos casos mediante el topónimo “leguas silvestres”.


   Otros sostienen que hasta la pampa llegaban carretas procedentes de Villarrica, en el sur de Chile, camino a la segunda Buenos Aires, recién fundada por Juan de Garay. Pero si esto fuera cierto, si de veras hubiese existido un camino transitado entre esas dos ciudades tan alejadas, Hernandarias y Cabrera no hubiesen tenido más que seguirlo en sus expediciones al sur, cosa que no ocurrió. Les hubiese bastado con llevar baqueanos que supiesen la ruta, en lugar de lanzarse a explorar lo desconocido, como de hecho hicieron. La realidad histórica demuestra que no existió tal  comunicación entre el Río de la Plata y el sur de Chile a fines del siglo XVI.


  Por la fecha del mapa, sospeché que Ovalle debía su conocimiento hidrográfico a la expedición de Cabrera realizada dos décadas y media antes. Consulté la biografía del jesuita en Wikipedia y… bingo! Alonso de Ovalle estudió el seminario en Córdoba entre 1618 y 1626. Por lo tanto, cuando regresaron los expedicionarios de Cabrera a “la docta” en 1621, el vivía allí. Resulta evidente que un hombre tan curioso e instruido como Ovalle, e interesado por la geografía del país, debe haber indagado a la gente de Cabrera sobre las particularidades de las regiones que atravesaron, y obtenido mapas o bocetos de ellas.


   Los aciertos de Ovalle en lo referente a la hidrografía, contrastados con sus errores en el diseño costero, denotan que su información procede de una expedición terrestre; y la única llevada a cabo en las décadas inmediatamente anteriores a su mapa fue la de Gerónimo Luis de Cabrera, mencionada por cierto en el libro de Ovalle.


   Ahora viene lo bueno… porque junto a las lagunas del Desaguadero, cuyo diseño exacto demuestra su exploración detenida, una de las versiones impresas del mapa de Ovalle indica una población cristiana mediante el símbolo correspondiente, y pone el nombre “Desaguadero” al lado de ella. Nada más. Pero nada menos.


 
   Detalle del mapa de Alonso de Ovalle, donde se señala una población cristiana junto a los lagos del Desaguadero. 1646


   Reflexionando sobre los signos parcos anotados por el cartógrafo, la primera pregunta que viene a mi mente es ¿porqué el poblado se designa con el mismo nombre del río? Por lo general, las fundaciones españolas tenían nombres relacionados con el santoral cristiano, o bien, eran homónimas de ciudades españolas de donde eran oriundos los conquistadores. La denominación “Desaguadero” no se ajusta a este patrón, lo cual hace pensar que el nombre original de la población no era conocido por Ovalle. Y esto parece lógico, puesto que los expedicionarios de Cabrera no encontraron habitantes en ella, sino sólo sus huertos y vestigios de edificaciones. Se trataba, pues, de una ciudad abandonada, y los expedicionarios no tenían forma de conocer su nombre original, por lo que se referirían a ella como “la población del Desaguadero”, y luego, simplemente, “Desaguadero”. Esto concuerda además con la escasa importancia concedida a ella en el mapa, -ni siquiera figura en la mayoría de las ediciones- y su omisión en la relación suscripta por Pérez y Cabrera. Este no estaba interesado en la arqueología, sino en las riquezas de los elusivos Césares, por lo cual no ha de haber concedido mayor trascendencia al pueblo abandonado. Sólo servía como un hito, una señal en su búsqueda de un reino próspero y vivo aún. Cabrera fue, quizá, el último conquistador que anduvo por nuestro territorio, y como tal, pudo omitir en su relación –que mandó hacer a un sargento- detalles de carácter arqueológico o geográfico, como la descripción de vestigios de una población, o el descubrimiento del sistema de lagunas del Desaguadero, que conocemos por otros canales.


  Si ya en 1621 estaba abandonada, la fundación a orillas del Desaguadero debió corresponder a las primeras épocas de la Conquista, siendo una de las primeras del país.  El mapa de Ovalle señala la  población cristiana exactamente en el mismo punto donde más de dos siglos después, el doctor Sáez situó la Ciudad de los Árboles. Evidentemente, se trata de la misma población. No estaba en el País de las Manzanas del Neuquén, como supuso Latcham, sino en el corazón de la pampa. Esto ya es bastante significativo, porque mientras los frutales europeos del Neuquén admiten un origen chileno, no es el caso de los Árboles de la pampa. Chile quedaba lejos, como queda dicho, y no hay evidencia alguna de expediciones trasandinas que hayan poblado allí.   Debe buscarse su origen en un grupo entrado por el Atlántico, y ya hemos presentado evidencias de un contingente español varado en la costa de la Patagonia, del cual se dice que pobló a la vera de un gran río. Este río se supuso que era el Negro, pero nada nos impide creer que fue el Desaguadero, afluente del río Colorado y por lo tanto accesible desde al Atlántico. 
 
   Contrariamente a otras conjeturas sobre la Ciudad de los Césares, aquí existen restos tangibles –todavía hoy- bajo la forma de árboles frutales retoñados de sus huertos; de ladrillos y tejas encontrados por los indios; de un barco encallado visto en 1734 por los soldados de Juan de San Martín. Y todos estos vestigios concuerdan con informes creíbles de la primera época de la conquista referidos a españoles perdidos en la región, y mapas antiguos que sitúan la ciudad en la misma área donde los restos se encuentran.


   El margen de error de estos mapas es de unos treinta kilómetros, desde la orilla oeste del Desaguadero donde la localiza Ovalle, pasando por las proximidades de Urre Lauquen según Sáez, hasta la sierra de Lihué Calel, donde hoy subsisten los frutales. Por supuesto, es posible que la población estuviese a orillas del río, y hubiese sembrados y huertas apartados de ella, protegidos por la sierra. Quizá “los dos brazos de un río” donde los indios localizaban la ciudad fuesen los que forma el Desaguadero-Chadileuvú, antes de insumirse en las lagunas tan bien retratadas por el historiador jesuita.



[1] Relaciones de la jornada a los Césares, por Gerónimo Luis de Cabrera. Estudio preliminar de Oscar R. Nocetti y Lucio B. Mir. Ediciones Amerindia, año 2000.
[2] Nocetti y Mir se equivocan al escribir que el trayecto de Cabrera se superpone con el de Hernandarias en unas salinas identificables con el salitral Levalle. Pero Hernandarias en 1604 pasó “más de sesenta leguas más avajo de la misma altura”, según la relación. El cronista creía que las salinas continuaban interrumpidamente “desde el este á oeste desde la cordillera á la mar del norte más de cien leguas”, por ello pensó que atravesaban la misma salina encontrada antaño por Hernandarias, unas sesenta leguas al este del rumbo que ellos seguían.
  Lo más probable es que Hernandarias, viniendo desde Buenos Aires, haya atravesado las Salinas Grandes cercanas a Carhué, las cuales se encuentran a unas cuarenta leguas en línea recta del salitral Levalle, y casi en la misma “altura” o latitud.