“Al caer el día dejamos la nieve a
nuestra espalda, y bajando una elevada colina, que había estado limitando
nuestro horizonte todo el día, llegamos a una amplia meseta ascendente, desde
la cual vimos un panorama mucho más alentador. Llanos quebrados se extendían al
Norte y al noreste, mientras que la Cordillera se alzaba como un muro del lado
occidental. Los indios llaman a esta altura “La Colina de Dios”, y la
tradición, según me la comunicó Casimiro, cuenta que desde este sitio el Gran
Espíritu dispersó a los animales que había creado en las cavernas.” (George Chatworth Musters, Vida entre los Patagones) En este valioso informe del explorador inglés, no resulta claro a cuál
altura se refiere: si a la cordillera que “se alzaba como un muro” al oeste, o
a alguna elevación menor y más próxima. Esta última es la interpretación que
ofrece Federico Escalada, con base en los dichos de Agustina Quilchamal: “En épocas muy remotas los únicos habitantes
de la Patagonia eran los tachul, seres enanos. Pero un día la tierra comenzó a
moverse, el suelo se agrietó, sordos truenos retumbaron en el espacio y de las
profundidades surgieron nuevas montañas. La raza de los tachul se extinguió
totalmente, y quedó sepultada en las cercanías del cerro Ashpech. Tanto tronar
y sacudir despertó al dios Seecho, que había estado dormido toda una eternidad
en el cráter del volcán de Pajel Kaike. Esperó a que todo estuviera tranquilo y
cuando se asomó vio una enorme extensión de tierra cubierta de piedras sin
ningún signo de vida. Fue entonces que pensó en crear una nueva estirpe de
seres, los Aonikenk, hombres tan fuertes y aguerridos que pudieran sobrevivir
en aquellas soledades. Por el
término de muchas lunas, Seecho trabajó pacientemente en la penumbra del cráter
y decidió crear primero a todas las especies de animales que hoy pueblan la
tierra. Cuando dio por terminada esta parte de su obra, los acompañó hasta que
salieron a la luz y dejó que se alejaran por el camino que más les gustara. (…) Entonces
sí volvió a su trabajo y una hermosa mañana cuando el sol calentaba la tierra,
creó al cacique KeIchan, primer hombre de la nueva estirpe. Atado de una gruesa
soga lo bajó con mucho cuidado por la ladera del volcán hasta depositarlo sobre
la tierra. Ahí desató sus ligaduras y lo dejó libre. (…) Seecho
contemplaba a Kelchan y lo dejaba hacer pero pronto se dio cuenta que no podía
seguir viviendo tan solo; entonces creó una mujer para que le hiciera compañía.Tiempo después salieron del cráter otros
hombres y mujeres que también eligieron libremente el camino a seguir. Unos se
internaron en los bosques, otros dirigieron sus pasos a las montañas o hacia
las desiertas mesetas.Y este
fue el origen de los Aonikenk, hombres del sur.” El cerro Ashpech se confunde hoy en la
toponimia con el cráter volcánico de Pajel Aike, el cual casi no se eleva sobre
la planicie circundante. Lo novedoso de este testimonio es la existencia de una
raza anterior a los aónikenk: se trataba de una raza de homúnculos llamados
tachull, cuya leyenda estuvo muy difundida entre los indios patagónicos. Muchos años antes de publicarse el libro de Escalada, el Atlas de Paz
Soldán de 1888 presentaba una versión diferente: la colina mencionada por
Musters no era una sola, sino dos elevaciones prominentes, los “Cerros de Dios”.
También su situación es ligeramente distinta, pues mientras Pajel Aike se
encuentra al este del lago Buenos Aires-Carreras, los “Cos. de Dios” figuran al
sur del lago.
Es difícil que Paz Soldán convirtiese la colina singular mencionada por
Musters en dos cerros gemelos, sin disponer de algún otro informe que
justifique ese cambio. Estas dos prominencias se encuentran en el área montañosa
descripta por el relato anónimo del capítulo anterior, justo al norte del lago
Cochrane-Pueyrredón, y al sur del Carreras-Buenos Aires. El mito las relaciona con
una raza desaparecida, anterior a los aónikenk: una raza de la cual nada se
sabe, ni siquiera si existió. El explorador del lago He detectado la segunda fuente a la
cual debe su diseño el atlas de 1888: se trata del capitán Carlos María Moyano,
uno de los mayores exploradores de la Patagonia. En 1880, mientras buscaba un
paso fluvial hacia el Pacífico, Moyano descubrió un lago hasta entonces
desconocido para la geografía: “La impresión agradable que me causa este lago y
sus alrededores, será el recuerdo más grato que conservaré de mi viaje, y en
uso del derecho que tengo como primer descubridor, le doy el nombre de Lago
Buenos Aires”. El mapa refleja la toponimia de Moyano, y también señala los
cercanos Pico Norte y el Pico Sur descriptos por el explorador: “Entre estas
montañas se destacan dos picos, uno al Norte y otro al Sur, que parecen
centinelas encargados de guardar los misteriosos lagos.”
Poca duda cabe que el desplazamiento y la duplicación de la “Colina de
Dios” también se deben a Moyano, cuyos croquis topográficos copiaría Soldán.
Carlos María Moyano
En
efecto, el capitán de fragata y primer gobernador del Territorio Nacional de
Santa Cruz afirma haber seguido el mismo camino que Musters, y comprobado
numerosos errores geográficos en sus descripciones:
“Desde que salí de las costas del Santa Cruz hasta el primer brazo del
Deseado, he seguido el camino que trajo el capitán Musters, y he podido
convencerme que este ilustre viajero, que nos ha dejado tan interesantes
noticias sobre las costumbres de los indios, descuidó algún tanto la topografía
de la extensa zona que recorrió, lo que se comprende debido a la falta absoluta
de instrumentos en que se encontraba, viajando con una tribu supersticiosa que
vería en ellos las peligrosas armas de un brujo. Como se verá por la carta que
acompaña a su importante obra, faltan en ella muchos detalles topográficos; y
en general, la situación geográfica de los detalles más notables difiere mucho
de lo que he podido apreciar personalmente.” Moyano corrigió en sus mapas los errores de Musters; y aunque en su
diario de viaje no menciona los “Cerros de Dios”, es evidente que obtuvo datos
nuevos de sus acompañantes indios, diferentes a los recogidos por el explorador
inglés. Lástima que no haya sido más explícito… todo cuanto hay en su diario es
el relato de un incidente extraño ocurrido en la orilla sur del lago: “Los dos indios baqueanos me contaron que cinco años antes, se
encontraban ellos con su tribu alojados en Pagie, donde hoy mismo estamos, y
que vieron desde allí sobre la costa sur del lago una gran humareda. El humo es
el telégrafo de la pampa y el indio rara vez lo confunde con otro fenómeno
meteorológico; es así que sin poderse explicar la presencia de ningún ser
humano que lo hubiese producido en aquellos parajes donde razonablemente no
podía encontrarse nadie, fueron al lugar del incendio y encontraron los restos
carbonizados de un retazo de bosque, pero ni un indicio del que lo habría quemado.
Uno de los indios me señalaba a la distancia el punto preciso donde esto había
sucedido, diciéndome que el tiempo era claro y despejado y que por
consiguiente, el fuego “no venía de las nubes”. Estos indios me han dicho siempre la verdad, aunque este relato se
preste a algunas dudas; lo consigno, sin embargo, para el caso que pudiera
tener su explicación en algún naufragio en las costas del Pacífico o en otras
causas que no me es dado imaginar.”
Los
Antiguos En la misma región donde Paz Soldán localiza los Cerros de Dios, junto a
la frontera con Chile, se encuentran la localidad y el río Los Antiguos, los
cuales toman su nombre del tehuelche i-keu-kenk, “mis antepasados”. Este
topónimo parece relacionarse con el mito de la creación que venimos analizando,
pues el Adán tehuelche –primer antepasado de su raza- había nacido allí. Cabe
imaginar al cacique Kelchan bajando desde los Cerros de Dios con su humanidad
recién estrenada, en compañía de su mujer. Eran muy altos, pues el dios Seecho
se había cansado de los enanos tachull, y los había destruido. Ahora que lo
pienso, los dos cerros gemelos representaban tal vez un hombre y una mujer. En
todo caso, no conocemos su situación exacta, pues el lago Chelenko (tal el nombre
tehuelche del Buenos Aires-Carreras) se extiende por ciento cincuenta
kilómetros, y la información dada por los indios a Moyano sobre el lugar de la
Creación probablemente sería “al sur del lago”, lo cual torna harto vaga su localización, tomando en cuenta los
diversos brazos y vueltas del gran espejo de agua.
El topónimo tehuelche i keu kenk (traducido como Los Antiguos) puede
haberse referido originalmente a toda esa región, quedando luego confinado al
nombre de un río. Sobre esto ya no hay más a quién preguntar, las voces del
pasado se han llamado a silencio.