LA MONEDA IMPOSIBLE



   Algunos hallazgos trascienden los límites de la arqueología. Tal el caso de la moneda hallada en La Pampa en 1970 a seis metros de profundidad, durante la excavación de un pozo. Por la ausencia de contexto histórico, por lo inextricable de la inscripción, no se puede encuadrar dentro de una hipótesis coherente. Eso mismo hace atractiva la investigación, y alimenta las leyendas que crecen prácticamente solas en tales circunstancias.
  Según la nota publicada por el desaparecido diario Primera Hora, de General Pico, el anverso de la moneda ostentaba “un perfil femenino y principesco tocado con una tiara donde asomaba una inscripción”, junto con la inverosímil fecha de acuñación, en números arábigos: 1404. En el reverso, “una agresiva águila de heráldica enmarcada circularmente con la leyenda: Tpnid Ahdtao Anoth escrita en caracteres latinos aunque con palabras ajenas a cualquier idioma actual más o menos conocido”. La nota se acompañaba con la foto del autor del hallazgo, un niño de diez años por entonces, llamado Rubén Coronel. Por desgracia, la moneda aparecía demasiado pequeña en dicha foto, por lo cual las figuras impresas quedaban vedadas a mi curiosidad. 

 
                       


                                                                          


   Esta nota me fascinó durante mucho tiempo. Busqué a Coronel en la guía telefónica, sin éxito. Había demasiados Rubén Coronel, y ninguno era el mío. Durante un viaje al sur, me desvié expresamente para entrevistar a un hombre llamado así en Santa Rosa, y a otro –sin teléfono- en General Acha. A estos dos últimos los ubiqué por el Padrón Electoral. Su número de DNI indicaba la misma edad que tendría a la sazón el muchacho de la nota. Recuerdo haber estacionado mi auto de noche junto a una casa humilde de Santa Rosa, y espiado a sus ocupantes en la oscuridad. De pronto vi entrar un hombre de unos veintisiete años muy parecido al Rubén Coronel de la foto, pero quien yo buscaba rondaba los 48. Podía ser su hijo, pensé. Al fin me decidí a bajar del auto, y tocar a la puerta. Del otro lado abrió un hombre moreno, de unos cuarenta y tantos años. Le expliqué mi propósito, y tras un instante de desconfianza por la hora tardía, me invitó a pasar. Era Rubén Coronel en persona, pero no sabía nada de la moneda.
-Lo que me extraña –me dijo una vez que entramos en confianza- es que hace una semana me llamó alguien preguntando por esa moneda. Le dije que yo no tenía nada que ver, pero el tipo no me creyó, y me volvió a insistir con llamados para que se la venda.
   La situación era equívoca, pues Coronel sospechaba que yo era el autor de los llamados telefónicos; por otra parte, yo estudiaba su rostro para ver en él rasgos del muchacho fotografiado en la nota del diario. De hecho, tenía en mis manos la fotocopia del artículo, y mientras él hablaba yo iba comparando su cara con la foto vieja… no, no era el mismo. Los ojos y las cejas, sobre todo, eran distintos. Al mismo tiempo, él se convenció de que yo no era el autor de los llamados, pues a mí no me interesaba comprar la moneda, sólo verla y sacarle una foto. Nos despedimos amigablemente, ya para entonces al hombre se le había contagiado tanta curiosidad. Su última frase fue “a mí también me gustaría ver esa moneda”. 
  Desde allí partí hacia General Acha en busca del otro Rubén Coronel. Este era camionero, estaba por salir de viaje cuando lo alcancé; respondió lacónicamente a mis preguntas desde la cabina y partió con rumbo desconocido. No sabía nada del asunto, aunque tenía un aire de familia con sus homónimos.  Después de este fracaso, me olvidé de la moneda por un tiempo bastante largo.


  Pasaron los años sin novedad. Un buen día me contacté con Walter Cazenave a raíz de un estudio cartográfico publicado por él sobre la población del Desaguadero. El mundo es un pañuelo, según dicen, y ahí vine a enterarme que este investigador fue quien publicó la nota sobre la moneda en el diario Primera Hora. Sabía dónde trabajaba actualmente Coronel, en la Asistencia Pública de Santa Rosa. Y así fue como pude hablar telefónicamente con el elusivo autor del hallazgo numismático. Me contó que había perdido la moneda años atrás, durante una mudanza. No, no tenía foto alguna de ella. Maldije para mis adentros, pero aún tuve ánimo para preguntarle algunos detalles adicionales, y así me enteré que la moneda era de bronce. También dijo que el águila tenía tres flechas en una garra, y una rama de laurel u olivo en la otra. Hube de conformarme con esto, pero había perdido la última oportunidad de analizar la caligrafía de la inscripción, y estudiar las figuras grabadas. Cazenave me escribió algo así como “la moneda completó el círculo de su destino, como en las ficciones borgeanas, y volvió al olvido del cual había salido.” No quise contestarle…


   Yo no me doy por vencido fácilmente. Donde otros tiran la toalla, sigo manteniendo la fe en poder descubrir algo. Tiempo atrás había googleado sin resultados la inscripción “Tpnid Ahdtao Anoth”. Luego mi compañero de exploraciones patagónicas Gustavo Rubino Begner me hizo notar que había aparecido una charla en alemán sobre la moneda, en un foro de numismática. Un tal Alexander Herrmann pedía identificarla transcribiendo sus inscripciones (Ahdtao Anoth Not Tpind, ponía), sin aportar foto alguna. Los expertos del foro le pidieron expresamente una fotografía, pero él no les contestó. Su actitud era ambigua, por no decir sospechosa. ¿El tal Herrmann tenía la moneda o no? Tal vez la había comprado a Rubén Coronel, y ahora quería cotizarla sin mostrar fotos, por temor a revelar un contrabando. O bien no la tenía, y buscaba que alguien identificase la pieza, para saber dónde comprar una similar. ¿Era él quien había asediado con llamados telefónicos al Rubén Coronel equivocado? ¿o era ajeno a todo, y había encontrado una moneda del mismo cuño en Europa?  
   No había forma de desanudar el enredo. Una vez más, se frustraba la posibilidad de contemplar la moneda mítica, cuyas apariciones y desapariciones eran completamente imprevisibles.


    Pero todo llega… un año después del fiasco alemán, se me ocurrió volver a googlear la inscripción, ya sin esperanza alguna. Y hete aquí, una nueva entrada apareció, correspondiente al portal de ventas e-Bay. Pulsé sobre ella, y el abismo del pasado se abrió para mí. ¡Ahí estaba la moneda buscada por años, en dos fotos impecables de cara y contracara!


                                                 

                                                 


  Apenas podía creer en mi suerte. Se había abierto subasta para venderla por 20 dólares de base más gastos de envío. El vendedor -un tal Celluloid- la presenta como una ficha de juego (Gamming token) no registrada en el catálogo de Fuld & Rulau. “Unusual”, pone. Ya lo creo. “Una pieza enigmática digna de una investigación profunda”. “Este item pertenece a un amplio grupo de fichas y contadores de juego, tanto comunes como raras, algunas de ellas han circulado y otras no.”
  Claro está, nada impide que una moneda sin curso legal sea usada como ficha para jugar al póker o al BlackJack, pero ese no pudo ser su propósito original. Las fichas y contadores de juego se hacen de plástico, y en otros tiempos, de cobre o latón. Esta es una moneda de bronce, muy bien acuñada. Su solo valor metálico es superior al de cualquier ficha, y además, no expresa unidad o fracción alguna conocida, por lo cual sería poco práctica para el juego. Mi impresión personal es que no se ha fabricado con esta finalidad.
   En algún momento se usó como adorno, pues presenta dos agujeros practicados para pasar por ella una cadena. De nuevo, no es esta su función primera; claramente fue concebida como una pieza numismática.
   Donde habitualmente se expresa el valor facial leemos "Not", lo cual significa sin valor, en inglés. Esta inscripción está puesta entre dos puntos, y separada de la leyenda en lenguaje cifrado. Parece pues que no ha tenido poder adquisitivo: estamos ante una moneda arquetípica, plasmada en la realidad por un grabador idealista. Ahora viene lo peliagudo, que es tratar de identificarla.
   Por empezar, diré que no pudo ser acuñada en 1404. Las monedas del siglo XV son muy diferentes a ésta. No tienen listel (este es el reborde o filete que presentan las monedas modernas), y generalmente presentan una doble orla o gráfila entre las cuales se inscribía la leyenda, quedando un campo interior más pequeño para las figuras. Nuestra moneda, por el contrario, presenta un listel bien marcado, y una gráfila punteada junto a él, al estilo inaugurado por los Napoleones de oro. La iconografía, la tipografía, el aspecto general de la moneda tampoco parecen corresponder al siglo XV. A decir verdad, hay una moneda a la cual ésta se parece mucho: el dólar. En sus distintas versiones acuñadas durante el siglo XIX,  muestra las mismas figuras que nuestra moneda: una mujer de perfil (la Libertad) rodeada de trece estrellas en el anverso, y un águila explayada sosteniendo tres flechas en una garra -símbolo de la guerra- y una rama de olivo en la otra –símbolo de la paz- en el reverso.       


                                                       


                                                        


   Yendo a un análisis más fino, diré que las primeras monedas de dólar representaban a la Libertad con los cabellos sueltos; desde mediados del siglo XIX, la Libertad se representa con el pelo recogido y sin el busto, algunas veces con el gorro frigio –dólar Morgan, acuñado en 1878- y otras sin él –dólar Longcare de oro-, de manera más similar a nuestra moneda.


   
                                                       


               
                                                       


      Pero siempre se lee la palabra “Liberty” sobre la tiara o vincha, según el caso. La ausencia de dicha palabra y del gorro frigio plantea la duda de a quién representa la mujer grabada en la moneda anónima. La inscripción sobre su tiara dice LIANT, lo cual puede significar algo muy distinto.    
   En cuanto al águila del reverso, ya el medio dólar de 1811 la representaba con un escudo de estilo francés sobre el pecho, igual que nuestra moneda. Pero una vez más, hay una diferencia sutil: mientras el dólar –en cualquier versión- dibuja trece barras alternativamente claras y oscuras en el escudo, para simbolizar los trece estados originales de la Unión, la moneda anónima muestra un escudo sin barras verticales, lo cual significa que no representa a los Estados Unidos de Norteamérica. Esa nación de hecho no existía el año indicado en el exergo, luego las trece estrellas del anverso deben simbolizar otra cosa. Es extraño, porque el misterioso grabador sigue claramente la línea iconográfica norteamericana -incluso puede haber influido sobre ella- pero no comparte sus ideales.
 
                                                         

  Aún quiero mostrar una relación más entre la banda flotando sobre el águila en el dólar Gobrecht - en su segunda versión acuñada en 1866- donde se inscribe la clásica leyenda “In God we trust”, y la banda puesta en el mismo lugar, pero con la leyenda incomprensible IOA ON AOT. A buen seguro, no significa lo mismo. Si la moneda no ensalza la Libertad, ni a los Estados Unidos, tampoco parece alabar al mismo Dios que el dólar.
   Haciendo abstracción de las inscripciones, los signos impresos en ambas caras  reflejan una idiosincrasia apátrida. Me pregunto qué puede significar la fecha 1404 en este contexto. El año de acuñación no es, seguro. Podría ser una emisión conmemorativa, indicando 1404 el año del acontecimiento conmemorado. He buscado en wikipedia los sucesos históricos de ese año, y ninguno parece relacionado con la iconografía de la moneda. Quizá se trate de un suceso no registrado en la historia, como la fundación de una colonia ignota, aunque esto es sólo una conjetura.    
   Del grabador no sabemos nada, pero ciertos indicios sugieren que pudo ser masón. Digo esto porque el gran sello de los Estados Unidos –donde aparecen por primera vez varias de las figuras alegóricas aquí descriptas- fue creado por los destacados masones Benjamín Franklin y Charles Thompson en 1782; y los grabadores de monedas del siglo XIX continuaron esa tradición iconográfica. El grabador anónimo pudo querer conmemorar alguna gesta significativa llevada a cabo por los precursores de la masonería en 1404, sólo registrada en los anales de la Orden. El lenguaje cifrado –en inglés o en latín- fue tal vez una necesidad, para no revelar lo indebido a ojos profanos.

    Cierro esta noticia numismática confesando mi perplejidad ante la vía oscura tomada por la moneda para llegar hasta La Pampa. Cabe imaginar a un visitante aristocrático de don Pedro Luro, cuya mansión campestre -hoy convertida en centro turístico- congregaba a los amantes de la caza mayor. Ciervos y jabalíes introducidos desde Europa medraban en libertad, protegidos por los bosques de caldenes. Nuestro visitante se alejó de la casa persiguiendo un ciervo, hasta llegar a la Laguna del Potrillo Oscuro, distante unos diez kilómetros. Allí, al sacar del bolsillo un cartucho para recargar su escopeta, se le cayó una moneda. La llevaba como talismán, pues no tenía valor pecuniario. Disparó al ciervo, pero erró el tiro. Ese no era su día de suerte.
    Muchos años después, en ese mismo lugar, un niño llamado Rubén Coronel encontró la moneda enterrada mientras se excavaba un pozo. Las lluvias la habían llevado por algún desague natural hasta seis metros de profundidad. Esta es la historia que imagino, la única posible. Aunque no doy garantías de autenticidad, pues he aprendido que sólo lo imposible tiene probabilidades de suceder.
   Sea por una vía u otra, lo cierto es que el destino ha llevado esta moneda clandestina, casi invisible, a la tierra de los Césares, los hombres invisibles por excelencia. Dos historias ignoradas, ocultas bajo las tinieblas de los siglos, se han juntado por la atracción de los semejantes. Quién sabe, en el fondo sean la misma.
 





Posdata. Lo precedente se publicó bajo mi firma en Caldenia, suplemento cultural del diario La Arena, de Santa Rosa. Poco después, recibí un mensaje de Ariel Coronel -hermano de Rubén-, quien me envió una foto inédita del descubridor con su moneda… blanco y negro, años setenta, original. Aquí sí, se ve perfectamente la figura del águila rodeada por la críptica y ya legendaria inscripción.

Este documento prueba que Rubén Coronel halló una moneda idéntica a la puesta en venta en e-bay; la suya estaba intacta, sin ninguna perforación. Una foto de colección...