¿UN CÉSAR?


                        

  En el Museo Regional Valcheta se guardaba el esqueleto fragmentario de un hombre alto, provisto de un ajuar funerario insólito. Fue hallado bajo un abrigo rocoso en Paja Alta, treinta kilómetros al sur de Valcheta. Hoy día fue entregado a una comunidad indígena en virtud de una ley nacional, que dispone la prohibición de exhibir cuerpos de aborígenes en los museos. La ley tiene sentido, pero uno se pregunta si éste era un aborigen propiamente dicho…

  Yo alcancé a verlo en 1999, cuando todavía se encontraba expuesto en su vitrina, pero en su momento no saqué fotos. Afortunadamente, la actual directora del museo, Romina Rial, nos proporcionó amablemente una foto muy clara, donde pueden leerse las cartelas explicativas de las piezas que acompañaban al difunto en su viaje al más allá. Estas piezas son muy particulares, y hasta donde yo sé, constituyen un caso único en los enterramientos aborígenes de nuestro país. He aquí su ajuar funerario:                    


-Un collar completo de cuentas de vidrio veneciano y bronce, que se considera ser del siglo XVI.

-Un aro de bronce, que enhebra una decena de abalorios del mismo material.

-En los dedos de una mano llevaba trece anillos de bronce.

-Un hacha de hierro con un mango de caña tacuara, originaria del norte argentino. Había además una segunda tacuara, posiblemente servía como mango de repuesto.

-Un par de lascas, y lo que parecen fibras negras de una pequeña bolsa (no alcanza a leerse la cartela correspondiente). 

 

  Si éste es el esqueleto de un indio, muy cosmopolita debió ser, pues no sólo su ajuar es casi por completo español, sino que cuando perdió el mango del hacha, lo reemplazó por caña tacuara traída del norte argentino, o del Paraguay… y uno se pregunta porqué no usó caña colihue de los cercanos bosques del sur, ésta presenta la ventaja de ser maciza, ideal para el mango de un hacha.

   Pero no, al hombre le gustaba lo exótico, para ser un leuvuche, o un puelche, era un auténtico snob. No hay una sola pieza en su ajuar propia de los indios patagónicos. Se supone que consiguió el hacha de hierro, los anillos y el aro de bronce, así como el collar veneciano, por intercambio con los españoles… y la caña tacuara, vaya a saber de dónde. Durante la colonia, los indios del sur no tenían contacto con guaraníes u otras etnias que pudiesen proveerles cañas crecidas en los trópicos.

    Así que la combinación de elementos presentes en este entierro es un enigma. Si no fuera porque sus huesos fueron coloreados con arcilla naranja, uno pensaría que es un español, liso y llano. Pero los españoles no se hacían enterrar bajo abrigos rocosos, ni llevaban consigo al más allá el “hacha del trueno”… la modalidad del entierro es indígena. Pero el ajuar funerario no lo es. Parece un español aindiado, un individuo entre dos mundos. Un César, a quien sus andanzas hubiesen llevado hacia el Río Negro, y dejado sus huesos en medio del desierto. Para un tal personaje, los trece anillos hallados junto con su esqueleto pueden haber tenido un significado particular. Tal vez representaban a las fundadoras de la tribu o nación a la cual perteneció.

   Sabemos que los náufragos de la Patagonia tomaron sus mujeres a los tehuelches, y procrearon con ellas. Pocos años después, ya ellos mismos vestían como indios, según las crónicas. Y sus hijos… criados por madres indígenas, pronto perderían las costumbres, y hasta la lengua de los españoles. Pero un abismo los separaba de las etnias vecinas, un abismo cultural. Debieron perdurar como pueblo separado por mucho tiempo, incluso después de abandonados la Ciudad de los Árboles y el poblado de Argüello en un lago de la cordillera.

   Estos Césares de segunda o tercera generación tal vez ya no tuviesen interés en comunicarse con los españoles; se convertirían en aquellos hombres inmortales que pintan las crónicas de la colonia, escondidos del mundo en un paraje secreto. Aquí su rastro se borra para la historia, y entra de lleno en la leyenda.